Han pasado 17 años. José Alexander Castro llega a su casa ubicada en Medellín. Pasó la noche despierto porque así obliga el oficio de vigilante. No importa el agotamiento, lo pesado que siente los párpados. Siempre que puede contar la historia soporta lo que toque: sueño, hambre.

Sonríe levemente, y suelta una ráfaga de palabras que dan vida a un párrafo triste. Se lo sabe de memoria. Lo ha gritado, recitado y explicado: “El día 23 de octubre del año 2006, en el municipio de Campamento, Antioquia, fueron ejecutados extrajudicialmente por el Ejército Nacional -Batallón de Infantería número 10, Coronel Atanasio Girardot- mi hermano Humberto León Pulgarín Castro, de 24 años; y mi tío John Fredys Navarro Martínez, de 36. Desde ese momento emprendí una lucha por la verdad, por la justicia”.

Suspira fuerte. Muerde una arepa que le preparó su mamá. Se recuesta en su cama. “Mi tío tenía tres parcelitas en la vereda La Concha, del municipio Campamento, Antioquia. Él se llevó a trabajar a mi hermano, Humberto León Pulgarín Castro, y a mi primo Calixto Antonio Heredia”.

“Ellos se dedicaban pues a ordeñar, porque mi tío tenía vacas. También tenía cultivo de caña de azúcar, tenían árboles frutales, tenía café... Y pues algunas matas de coca, porque eso es normal en el norte de Antioquia”.

Hace una pausa. Se nota que está revolcando su pasado: “La compañera de mi tío llamó demasiado tarde, casi a mediodía a mi mamá, y le dio la noticia: el Ejército había matado a mi hermano y a mi tío”.

“Mi tío iba bajando con la caneca para ordeñar, y la esposa le gritó -¡Ay, Freddys, ahí está el Ejército-. Él corrió hacia la casa, y ellos le hicieron unos disparos. Ahí se salvó, porque se enredó en unos helechos y cayó al suelo. Pero lo cogieron y lo golpearon.

Mi hermano se estaba poniendo las botas pantaneras para salir a ayudar a ordeñar, y lo sacaron de la casa. A los dos los tiraron ahí en el frente, en el pasillo, mientras ellos (Ejército) revolcaban unos bultos de café, que los rompieron; y sacaron de una maleta plateada y metálica unos documentos, y 4 millones 500 mil en dinero, y fotos de toda la familia. Los soldados esperaron a que dieran las siete de la mañana, entonces los llevaron por la carretera, camino arriba, mientras hacían disparos al aire para que la población creyera que era un combate”.

Con las manos doloridas de los golpes que le dio a la pared tras recibir la noticia de boca de su madre, Alexander se subió a un bus camino a Campamento, el municipio de la tragedia.

Al dolor se sumó la indignación de encontrar los cadáveres de su hermano y su tío bajo la lluvia, en una cancha de fútbol. Recriminó con rabia que hubiesen dejado los cuerpos botados. Para él no eran cuerpos. Seguían siendo su hermano y su tío. “Le pregunté que cómo había sido y me dijo que fue en combate. Yo les dije que eran unos criminales, unos cobardes asesinos, y que yo no iba a pelear con ellos, que yo iba a pelear era con la justicia”. Y lo cumplió. Alexander está desde 2006 buscando justicia para sus seres asesinados, su familia y él.

La triste lista de civiles asesinados extrajudicialmente y presentados como muertos en combate suma 6.402 víctimas en Colombia, en hechos ocurridos entre los años 2002 y 2008, según información analizada por la Justicia Especial para la Paz (JEP).

Este mecanismo de justicia transicional llegó a esa cifra cruzando datos entregados por la Fiscalía General de la Nación, la revista Noche y Niebla del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), el Centro Nacional de Memoria Histórica y la base de datos de la Coordinación Colombia Europa Estados Unidos.

Si bien los años que estudia la JEP corresponden al periodo en el que se presentó un crecimiento exponencial de este fenómeno en la historia reciente de Colombia, la entidad reconoce, a la luz de los estudios de las organizaciones que le han servido de fuentes, que este fenómeno tiene una historia más larga y, en consecuencia, la cifra de víctimas va más allá de 6.402.

En otras palabras, el asesinato de civiles en estado de indefensión a manos de la Fuerza Pública, para hacerlos pasar como guerrilleros, extorsionistas y hasta narcotraficantes muertos en combate, no es un fenómeno que se suscriba al periodo 2002-2008 y a un solo gobierno. Es una práctica que se presenta en Colombia desde los años ochenta en 31 de los 32 departamentos. El único territorio del que no se tiene registro es el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, según el Informe Final de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad.




A la pregunta ¿cuándo empieza esta práctica en Colombia y cuándo termina?, la JEP no tiene una respuesta unificada, pero en respuesta a un cuestionario remitido por la Unidad de Investigación Periodística (UIP) y VerdadAbierta.com, expuso los hitos de sus fuentes de información:

“Las revistas Noche y Niebla del CINEP registra ejecuciones extrajudiciales presentadas como bajas en combate entre 1984 y 2011; el Informe del secretario ejecutivo sobre conductas asociadas a las muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado ubica la comisión de las conductas entre 1985 y 2016; el informe No. 5 de la Fiscalía General de la Nación a la Jurisdicción Especial para la Paz, señala que el fenómeno aumenta de manera sustancial a partir del año 2002 y muestra su etapa más crítica entre 2006 y 2008; en la base de datos de la Coordinación Colombia Europa Estados Unidos se identifican hechos ocurridos entre 2002 y 2014”.


El primer falso positivo del que se tiene información es el de Luis Fernando Lalinde, un joven militante del Partido Comunista, detenido arbitrariamente el 3 de octubre de 1984 en el municipio de Jardín, Antioquia y asesinado por tropas del Ejército. Por este crimen, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó en 1988 al Estado colombiano tras considerarlo responsable de desaparecerlo, torturarlo, asesinarlo y enterrarlo como NN, para luego presentarlo como “miembro de un grupo guerrillero”.

Fabiola Lalinde, su madre, se hizo famosa en Colombia por la Operación Sirirí, como ella denominó a la intensa búsqueda de su hijo. En 1992 encontró parte de los restos de su hijo en zona montañosa de Jardín y cuatro años después pudo inhumarlos luego de la confirmación de su identidad.

Para Cesar Santoyo, director ejecutivo del colectivo Socio Jurídico Orlando Fals Borda, -organización que lleva casos de familias víctimas de este crimen-, la práctica sistemática de los falsos positivos responde a la doctrina del “enemigo interno”, es decir, a la idea de que se debe aniquilar aquellos “simpatizantes” de la guerrilla y a la guerrilla misma.

En el marco de esa doctrina sucedieron las dictaduras de América Latina desde la década de los años setenta hasta el noventa; pero en Colombia, asegura Santoyo, tocó su cúspide cuando se implementó la Política de Seguridad Democrática durante la presidencia de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010).

Navegue en este mapa el número de víctimas y victimarios que la Fiscalía General de la Nación tiene reportados por hechos ocurridos en distintos departamentos del país entre el año 2000 y septiembre de 2022.


Alberto Yepes, coordinador del Observatorio de Derechos Humanos de la Coordinación Colombia Europa Estados Unidos -que entregó una importante base de datos a la JEP-, recuerda cómo en aquellos años de comienzos de siglo comenzaron a recibir información que los preocupó.

“Nosotros empezamos a recibir denuncias desde el año 2002, sobre todo de población campesina que decía que su padre, su hermano, su hijo, habían sido asesinados y los habían presentado por la televisión como si fueran guerrilleros. Nos preguntábamos, qué estaba pasando, sobre todo, en el oriente de Antioquia”.

“Ahí empezó un proceso de documentación muy serio –agrega Yepes– que se fue extendiendo después a otras zonas. Vimos la necesidad de que todas las personas que tenían denuncias nos reuniéramos. Empezamos a ver que los casos se multiplicaban y que tenían unos modos de actuación muy similares”.

Aunque el primer falso positivo data de 1984, y desde 2002 organizaciones como las que lideran Santoyo y Yepes ya documentaban casos, el fenómeno cobró relevancia pública y mediática en 2008, cuando un grupo de madres del municipio de Soacha, en Cundinamarca, empezó a buscar a sus hijos desaparecidos.

En los espacios policiales y judiciales en los que ponían las denuncias se comenzaron a conocer estas mujeres. Las dramáticas conversaciones las hizo comprender que el caso de cada una de ellas coincidía con el de las demás. Sus hijos habían viajado a Norte de Santander, un departamento a más de 700 kilómetros de Soacha, con la promesa hecha por extraños de ayudarlos a conseguir trabajo.

Pero la realidad mostró su cara más cruel. Los fueron encontrando, uno a uno, como NN en varias regiones nortesantandereanas. La información que les daban a las familias era que habían muerto en combates con el Ejército, “porque eran guerrilleros”.

A través de abogados y organizaciones de la sociedad civil defensoras de derechos humanos, las familias lograron demostrar que se trataba de montajes, entre otras cosas, por la torpeza que se evidenciaba en la escena de los crímenes: los cadáveres tenían botas de tallas superiores y al revés; camuflados sin rastros de balas, que no evidenciaban los disparos que habían recibido los jóvenes, lo que hacía presumir que fueron vestidos después del asesinato; armas en la mano contraria a la que la víctima usaba; e, incluso, la conocida historia del joven con discapacidad intelectual, quien también cayó como víctima.

Las denominadas Madres de Soacha empezaron a gritarle al mundo: “Denunciamos que el Ejército colombiano mató a nuestros hijos”. Entonces, cientos de madres, padres y familiares se sumaron a este reclamo a lo largo y ancho del país: sus historias eran semejantes a las de aquellos muchachos del municipio cundinamarqués.

La cifra 6.402 es un número icónico que, como ya se explicó, no es definitivo frente al total de víctimas. La Coordinación Colombia Europa Estados Unidos expone que entre 1990 y 2015 se cuentan 6.912 civiles víctimas de las ejecuciones extrajudiciales. No obstante, hoy la cifra puede ser mayor, pero no hay registros oficiales.



logos Unidad de Investigación Periodística y Politecnico Grancolombiano

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